El presente del gigante asiático tras la crisis del coronavirus

Por Antonio López Crespo

China está en primera plana informativa desde hace años. Primero, por protagonizar la más extraordinaria ascensión económica y social durante más de tres décadas consecutivas, logrando las mayores cotas globales de superación de la pobreza. Más tarde, por transformarse en la “locomotora de la economía mundial”, sin la cual el mundo se habría detenido tras el crack financiero de 2008. Y, en los últimos años, por proponer los dos mayores proyectos estratégicos que ha conocido el planeta en el último siglo: la “nueva” Ruta de la Seda y la “civilización ecológica”, dos enormes propuestas para revolucionar el mundo formuladas por el presidente Xi.

En los últimos años, la presencia informativa de China estuvo signada por la “guerra comercial” desatada por Donald Trump en contra del gigante asiático en un intento desesperado por frenar su desarrollo y su creciente protagonismo mundial, que se manifestó en alcanzar la cima de la economía mundial como primera potencia en términos de poder adquisitivo.

En diciembre de 2019, China volvería a ser el centro informativo, pero esta vez no precisamente por protagonizar buenas noticias. En Wuhan aparecía un nuevo coronavirus (COVID-19) que se expandiría rápidamente por el planeta, en una pandemia que ha puesto a una cuarta parte de la población mundial en confinamiento obligatorio y ha desatado una crisis humanitaria y económica de dimensiones extraordinarias. Esto ha provocado que gobiernos y empresas de todo el mundo teman una ralentización de la expansión china y un nuevo colapso de la economía global.

Poniendo las cosas en contexto

La pandemia del coronavirus y su secuela de contagios, muertes, desbordes sanitarios e impactos económicos han desatado un “tsunami informativo”, donde —con buena y, a veces, mala intención— se han encendido alarmas y arrojado miedos sobre la población mundial, en muchas ocasiones sin un soporte científico consistente.

Un ejemplo de ello es la prematura e irresponsable difusión de un posible desempleo de 195 millones de personas tras la salida de la pandemia. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo, la crisis del coronavirus provocaría la desaparición de 6,7% de las horas de empleo, lo que equivale a la pérdida de 195 millones de puestos a tiempo completo.

Cuando en realidad se desconocía y se desconoce si la pandemia se extenderá por un largo período o se retraerá —como sucedió en China— en pocos meses, una información de esa envergadura solo puede responder a impericia o a una intencionada estrategia para encubrir, bajo el paraguas de la pandemia, decisiones económicas que justifiquen medidas que las sociedades, en condiciones normales, no tolerarían.

Otro ejemplo surge de los propios datos duros que arroja la COVID-19, un temible enemigo por su transmisibilidad, pero no por su mortalidad. A comienzos del pasado mes de abril, el número de casos a nivel mundial de este coronavirus superaba los 950.000 (0,01% de la población mundial), con menos de 49.000 muertes (0,006%) —cifras del Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins— y un 81% de recuperados. Las muertes diarias por este coronavirus representan solo el 10% de las muertes que se producen a diario por enfermedades de las arterias coronarias y accidentes cerebrovasculares.

Es cierto que el coronavirus está sometiendo al mundo a una crisis sanitaria que hará historia al propagarse por todos los continentes, primero en Europa y en los últimos meses en EE. UU. (11,3 millones de infectados) y América Latina (Brasil supera los 5,9 millones de infectados). Sin embargo, los casos confirmados en todo el mundo ascienden a 48.623.197 (0,62%), con 1.233.773 muertes (0,015% de la población mundial) y más de 47 millones de recuperados.

¿La pandemia es grave? Sí. ¿Es necesario poner todos los medios para evitar su expansión? Desde luego, aunque la dramática pérdida de vidas humanas proviene —como afirma Naciones Unidas— de una zoonosis provocada por la brutal alteración de los ecosistemas que ha generado el modelo industrial de los últimos 200 años, una realidad que no es suficientemente presentada por los medios.

En materia económica sucede otro tanto. Las alarmas se han disparado y le han atribuido a la pandemia acontecimientos previos que ya estaban en curso. La crisis financiera había sido anticipada desde hacía meses por los más destacados economistas del mundo y también la habían advertido los organismos internacionales. El derrumbe de las bolsas, más directamente influidas por la pandemia, solo ha sido posible por la endeblez estructural de un sistema asentado en la recompra especulativa de acciones, como ocurrió con las hipotecas subprime en 2008.

La ralentización de la economía global ya se había manifestado como consecuencia del America first, el descontrolado ataque de Trump al comercio, tanto con China como con sus aliados transatlánticos, con socios tradicionales como Japón y Corea del Sur, y medio mundo. A ello se le sumó —verdadero motor de los ataques estadounidenses— el intento de frenar el avance tecnológico de China en materia de inteligencia artificial, robótica, internet de las cosas y 5G, con abusivas sanciones a empresas chinas como Huawei (incluida la prisión para su vicepresidenta) o ZTE. Esto fue lo que provocó, con razón, una manifiesta preocupación de los mercados por la situación real de la economía de China, a lo que se sumó después el conocer hasta dónde podrían alcanzar los efectos que la pandemia pudiera tener sobre su evolución.

El tsunami informativofue de tal desproporción que Beijing acusó a EE. UU. de “extender el pánico” y no contribuir a combatir la pandemia. Las autoridades chinas aseguraron que el gobierno estadounidense “hizo cosas para crear y extender el pánico”, como denunció Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores.

El año de la rata de metal

Casi en simultáneo con la aparición de los primeros brotes de la COVID-19, el 25 de enero comenzaba un nuevo año en el calendario lunar chino: el año de la rata de metal. La rata es el primer signo del horóscopo chino y marca el inicio de un nuevo ciclo energético de 12 años, que determina la posibilidad de dejar atrás todo lo negativo del pasado y activar nuevas energías. En términos globales, el elemento metal señala para los chinos un año de optimismo, armonía y la consolidación de cambios radicales en el mundo.

No son pocos los analistas políticos y económicos —muy alejados de los horóscopos— que coinciden en que el mundo se acerca a un cambio sistémico y que estamos recorriendo un tiempo histórico, bisagra entre dos sistemas. El propio Larry Fink, CEO de Black Rock, el mayor fondo de inversión del mundo, lo anticipó en el último Davos.

Estamos en medio de una transformación profunda del modelo económico cuyo trasfondo es el agotamiento de los recursos y el cambio climático. Es lo que concluye un grupo de científicos finlandeses de la Unidad de Investigación BIOS en un estudio encargado por Naciones Unidas para su Informe mundial de desarrollo sostenible, en el que alertan a economistas y gobiernos que estamos asistiendo al fin del capitalismo tal y como lo conocemos.

El economista Paavo Järvensivu, uno de los autores del estudio, señala que: “El capitalismo tal y como lo conocemos ha dependido de la energía barata, ese es el motor o el facilitador de este crecimiento que hemos visto en los últimos 100, 150 o 200 años, básicamente”.  Por primera vez en la historia humana, según sostienen los científicos finlandeses, y debido al cambio climático, las economías se ven obligadas a recurrir a fuentes de energía menos eficientes que requieren “más esfuerzo y no menos” para producirla. Y advierten que la dimensión energética de la economía ha sido ignorada casi por completo en muchos países ricos.

Todavía hay quienes creen que pueden mitigar el efecto del cambio climático y adaptarse a él con el sistema existente, sin comprender que eso es imposible y que se requerirá un enorme esfuerzo para cortar nuestra dependencia de los combustibles fósiles y mitigar las consecuencias climáticas en curso.

China ha sido precursora también en esto. El proyecto estratégico de civilización ecológica ha supuesto reducir plantas de carbón y centrales nucleares, mejorar los índices de contaminación ambiental y convertirse en la primera potencia mundial en energía eólica y fabricación de automóviles eléctricos.

El proyecto estratégico de “civilización ecológica” ha supuesto reducir plantas de carbón y centrales nucleares, mejorar los índices de contaminación ambiental y convertirse en la primera potencia mundial en energía eólica y fabricación de automóviles eléctricos.

Para los expertos que asesoran a Naciones Unidas, el mercado ya no es suficiente para proporcionar soluciones y los Estados deben adoptar un rol más protagónico. La pandemia está llevando a los líderes de todo el mundo a esa misma conclusión y ha puesto de manifiesto la insuficiencia de la política y los políticos, pues solo operan como voceros del mercado.

Pareciera que, en términos globales, activar nuevas energías y consolidar cambios radicales en el mundo, tal y como lo augura el año de la rata de metal, es el camino que se abre en nuestro horizonte.

La respuesta china

Tras tres meses de lucha contra la pandemia, con 60 millones de sus ciudadanos confinados y con buena parte de sus fábricas e industrias paralizadas, China retornó a la normalidad. A mediados de marzo, la región autónoma Xinjiang, en el noroeste de China, reanudó por completo la producción. Y a partir del 8 de abril, la propia ciudad de Wuhan, epicentro de la pandemia, volvió al contacto con el exterior.

Desde enero, tras la aparición de la nueva cepa de coronavirus, Wuhan —con más de 11 millones de habitantes— y otras ciudades de la central provincia de Hubei fueron incomunicadas con el resto del mundo con draconianas normas de aislamiento que permitieron el control de la situación y la rápida recuperación de la normalidad. Algo elogiado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que notablemente faltó en las medidas tomadas por EE. UU. y los países del sur de la Unión Europea.

El resultado fue exitoso: tres meses después de su inicio, más del 90% de los 81.000 chinos contagiados con la COVID-19 se habían recuperado y la normalidad había regresado a China. Uno de los focos, la aislada provincia de Hubei, ha reabierto de manera progresiva sus fábricas, su producción agrícola y otras actividades para cubrir necesidades básicas.

Casi el 92% de las grandes empresas de China, incluidas las de propiedad estatal, ya habían reiniciado su trabajo a finales de marzo. Transporte público, autobuses, trenes y aviones recuperaron sus operaciones habituales, mientras que se mantenían estrictas medidas sanitarias y de desinfección para mantener a raya la pandemia.

Para el tercer trimestre del año, la recuperación económica de China ya registró una aceleración evidente. Una serie de indicadores clave muestran una tendencia al alza, respaldada por el fortalecimiento de la demanda interna, un sólido comercio exterior y el éxito en la contención de nuevos brotes. El pasado 5 de octubre, el país cumplió 50 días sin registrar nuevos casos locales de coronavirus.

En octubre, el PIB de China creció un 4,9% (de julio a septiembre) en comparación con el mismo período de 2019. La “normalidad” del gigante asiático se parece bastante a la existente antes del coronavirus. Su economía es la única que crece en comparación con la del resto de potencias del G20 y muestra signos de una intensa recuperación. El FMI pronostica una expansión del 1,9% para China durante todo el año, la única economía importante que se espera que registre un crecimiento en 2020.

El impacto inicial del brote del nuevo coronavirus a la economía china fue agudo: en febrero, la industria manufacturera del gigante asiático cayó a su nivel más bajo desde 2005, en una caída récord. En marzo, la Oficina Nacional de Estadísticas de China también divulgó caídas récords en la producción industrial, la venta minorista y la inversión en activos fijos. Ambos indicadores estuvieron motivados por las estrictas medidas de paralización de la actividad tomadas por Beijing para contener la propagación del virus.

En octubre, el PIB de China creció un 4,9%. Su economía es la única que crece en comparación con la del resto de las potencias del G20. El FMI pronostica una expansión del 1,9% para China durante todo el año, la única economía que se espera que registre un crecimiento en 2020.

La producción industrial —un indicador fundamental— cayó un 13,5% en el pico del confinamiento. Las ventas al por menor, expresión del consumo, un 20,5%; mientras que la inversión en activos fijos, un 24,5%. El consumo de electricidad se redujo un 7,8% y la desocupación aumentó del 5,2% al 6,2% (casi cinco millones de chinos perdieron su empleo en los últimos dos meses agudos de pandemia).

Las grandes prioridades del Gobierno chino para 2020 eran consolidar el crecimiento y terminar con la extrema pobreza, pero ambos fueron puestos en cuestión por la COVID-19. A fines de 2019, quedaban solo nueve regiones provinciales, con más de 100.000 personas en cada una, viviendo por debajo del umbral de pobreza. La mayoría de las personas en condición de pobreza viven en la parte occidental de China, donde están más concentrados algunos grupos étnicos minoritarios. “Estábamos a solo ‘una milla más’ de alcanzar la meta a finales de 2019”, explican funcionarios chinos al citar las estadísticas que estimaban que el 95% de los chinos habrían salido de la pobreza para esa fecha.

Los expertos señalan que, apenas se tuvo noción de que el virus había sido detenido, el Gobierno chino redobló la apuesta por erradicar la extrema pobreza, aunque aclarando que podría materializarse “en los primeros meses de 2021”.

Enfrentando los desafíos

Esa postergación revela que el Gobierno de Xi no está dispuesto a asumir ningún riesgo excesivo y que el crecimiento no será el foco de las preocupaciones actuales. El primer ministro Li Keqiang lo ratificó expresamente: “No es de gran importancia que el crecimiento económico sea un poco más alto o un poco más bajo mientras el mercado laboral permanezca estable”.

El corazón de las soluciones previstas para la actual coyuntura de la economía china está en el empleo. Como señala Zhu Tian, profesor de Economía y decano adjunto de la China Europe International Business School (CEIBS), “la tasa de desempleo es importante para cualquier país. Hay una marcada correlación entre el empleo y el PIB. El Gobierno persigue que las empresas mantengan los salarios e incluso contraten nuevos trabajadores. Esto, por supuesto, pondrá presión sobre sus beneficios, pero el mensaje central es que todos estamos en el mismo barco”.

Para Beijing, la importancia del empleo opera en dos dimensiones: como palanca para reactivar el tejido productivo y como freno al descontento popular. Según varios analistas, aunque los índices de actividad superan el 70%, la industria china enfrenta dos urgencias simultáneas: carencia de productores y de consumidores. La tarea de los últimos meses ha sido regularizar el retorno de la enorme masa de trabajadores que habían estado en confinamiento en sus casas.

La recuperación de la actividad deberá reflejarse de inmediato en un aumento de la oferta y los ingresos familiares en una mejora del consumo, lo que restaurará el equilibro del mercado. Signos palpables de esa recuperación se han visto en las ciudades chinas durante la “semana dorada” —las vacaciones nacionales de octubre— con calles abarrotadas de gente, grandes tiendas colmadas de compradores y un notable clima festivo.

Durante esa semana, los chinos aprovecharon la pospandemia para hacer turismo y compras. Los datos de consumo son demoledores y halagüeños: 637 millones de viajeros nacionales y 65.000 millones de dólares muestran que la economía está repuntando pese al contexto internacional, a las tensas y deterioradas relaciones con EE. UU. y a la campaña anti-China de algunos medios.

La tracción del mercado interno deberá compensar en esta etapa las consecuencias negativas que podría tener el desplazamiento de la pandemia más aguda a EE. UU. y Europa y la retracción en algunos sectores con una demanda externa más endeble. Y, a la vez, un consumo chino más activo permitirá una recuperación más rápida en Occidente.

En los primeros meses de la pandemia, la española Alicia García Herrero, economista-jefe para Asia-Pacífico en el banco de inversión francés Natixis, explicaba cómo una caída del consumo chino podría hacer aún más difícil la situación en Europa y EE. UU.: “La Gran Depresión es el modelo más próximo a lo que sucederá en los próximos meses, más que la crisis financiera de 2008. La clave reside en que se trata de un shock simétrico que afecta a todo el mundo a la vez. Estamos pensando en términos de ciclo cuando no hay tal cosa: el mundo se ha parado. No es una recesión, es una depresión. ¿Cómo no van a subir los precios (y bajar el consumo) cuando la actividad pierde un 20%? China no se puede aislar, especialmente sin tener una moneda reserva”.

Sin embargo, la vitalidad de la economía china ha dado muestras alentadoras: a mediados de octubre se supo que el comercio internacional de China creció un 10% interanual en septiembre; y sus importaciones, un 11,6%, el mayor incremento desde diciembre de 2019, antes de que la economía china y la del mundo sufrieran los efectos de la pandemia. En el acumulado de los primeros diez meses del año (que incluyen los más duros), el comercio exterior de China alcanzó los 3,93 billones de dólares, con un aumento de las exportaciones (2,4%) y un leve descenso de las importaciones (−0,5%), logrando un superávit comercial hasta octubre de 409.470 millones de dólares.

Durante el período citado, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) se mantuvo como el mayor socio comercial de China, seguida por la Unión Europea y Estados Unidos. Las exportaciones de China han sido más fuertes de lo esperado, a lo que contribuyó la demanda de productos médicos en el extranjero. Mientras que el FMI prevé que en 2020 el volumen del comercio mundial se reducirá en un 10,4%, la participación de China en el comercio mundial ha aumentado.

Ante las economías occidentales, China ha ratificado su fortaleza. Técnicamente ha sorteado la recesión, ya que ha evitado dos trimestres consecutivos de contracción del PIB. Cayó en el primer trimestre para crecer un 3,2% en el segundo y un 4,9% en el tercero.

Mientras que en Occidente, en general, no se ha invertido fuertemente en medidas sanitarias para controlar la pandemia ni en un apoyo decidido para las empresas, en China: las medidas de prórrogas del pago de impuestos, la reducción de algunos de ellos, los subsidios de empleo o salariales y las garantías financieras para las pymes han sido intensas.

Ante las economías occidentales, China ha ratificado su fortaleza. Técnicamente ha sorteado la recesión, ya que ha evitado dos trimestres consecutivos de contracción del PIB. Cayó en el primer trimestre para crecer un 3,2% en el segundo y un 4,9% en el tercero.

Durante estos meses del año, una serie de estímulos fiscales y monetarios de apoyo al consumo, crecimiento del crédito, impulso a las inversiones en infraestructura, etc., estuvieron disponibles para reactivar la economía y mantener el objetivo de reducción de la pobreza. Se podrá decir que estas medidas significarán una expansión del déficit fiscal de China para 2020 hasta el 11,9% del PIB (aún menor que el estímulo masivo que se puso en marcha con la crisis financiera de 2008), pero, como contracara EE. UU., incrementará su déficit fiscal de 2020 hasta el 19% de su PIB sin recuperación de su economía y estará entre los diez países del mundo con mayor número de muertes por la COVID-19 por cada 100.000 habitantes.

El Gobierno chino, consciente del descontento popular que pueden generar el desempleo y el deterioro de los ingresos familiares, impulsó una serie de medidas de apoyo a los sectores más vulnerables y a las pequeñas empresas perjudicadas por el brote. El modelo político chino se asienta en la prosperidad económica y las rentas domésticas avanzaban al ritmo del 8% al 10%, por lo que un retroceso previsto de entre el 2% y el 3% de crecimiento para 2020 provocaría malestar. De ahí el esfuerzo y la importancia de la recuperación lograda tras los primeros meses de impacto pandémico.

De un modo reiterado, el primer ministro Li Keqiang ha puesto el acento en que el desempleo no aumente y en ratificar la decisión gubernamental de continuar con el objetivo a largo plazo de construir una sociedad moderadamente próspera y la elevación social de los que viven bajo la línea de pobreza en el país.

Como era esperable, la economía de China durante la pandemia se desaceleró, con especial retracción del comercio minorista, el transporte, el turismo y la hotelería. Esos servicios, que representan la mitad del PIB del país, rebotaron fuertemente sobre el sector manufacturero, y la propagación internacional del virus puso límites al comercio mundial.

La apuesta del Gobierno chino fue concentrarse en detener la pandemia en el primer trimestre y luego tratar de recuperar el terreno perdido o parte de él durante el resto del año. Si se miran algunos indicadores, como producción eléctrica, venta de inmuebles o congestión de tráfico, es llamativo observar cómo la economía china ha logrado iniciar esa recuperación.

La actividad de producción en China se está reanudando de manera gradual. El índice de gerentes de compras de manufactura (PMI) de China llegó a 52 en marzo, luego de tocar un mínimo histórico de 35,7 en febrero, lo que es un claro indicador de que la manufactura ha comenzado a recuperarse.

Para consolidar ese proceso, China está implementando una combinación de políticas fiscales y financieras que permita enfrentar con fuerza los desafíos que deja la pandemia. Ello incluye el apoyo financiero inclusivo a las microempresas y pymes, así como políticas fiscales y monetarias para expandir la demanda interna, auxiliar a las empresas para la reapertura de la actividad y el mantenimiento del empleo y otro tipo de ayudas a las empresas con dificultades tras el brote.

El Banco Popular de China asignó 43.000 millones de dólares en préstamos a más de 7.000 empresas clave en respuesta a la pandemia. Otros 70.000 millones de dólares se han dispuesto en représtamos y redescuentos a un número cada vez mayor de micro, pequeñas y medianas empresas a tasas inferiores al 4,55% para la reactivación de sus negocios. Los sectores agrícola y de comercio exterior, así como aquellos muy afectados por el brote, también tendrán un mayor apoyo crediticio.

El Banco Popular de China asignó 43.000 millones de dólares en préstamos a más de 7000 empresas clave en respuesta a la pandemia. Otros 70.000 millones de dólares se han dispuesto en représtamos y redescuentos a un número cada vez mayor de micro, pequeñas y medianas empresas.

En un interesante artículo escrito por Lin Nan (La Vanguardia, 4 marzo de 2020), cónsul general de la República Popular China en Barcelona, reconoce que su país “ha pagado un alto precio en términos económicos, pero ha controlado efectivamente la propagación de la epidemia, ganando un tiempo valioso para la prevención y el control de la pandemia mundial”. La diplomática china es optimista, pues asegura que “la economía de China resistirá la ‘tormenta’. El crecimiento de la economía china se ha mantenido dentro del rango objetivo previsto para muchos años. Con las ventajas de su sistema, China logró contener y abordar el SARS en el 2003 y el H1N1 en el 2009, y mantuvo un crecimiento económico estable”.

Alarmismo y desinformación

En medio del tsunami informativo, sorprende en contraposición la sucesión de titulares catastrofistas acerca de la situación de la economía china y su impacto mundial: Coronavirus en China: “Peor que la crisis financiera de 2008”, la histórica caída en la “fábrica del mundo” por el covid-19 (BBC, 2 de marzo de 2020) o Coronavirus: el colapso en la economía china por el coronavirus (y por qué es una “gran amenaza” para el mundo) (BBC, 17 de marzo de 2020), entre cientos de artículos dirigidos a mostrar el colapso chino que no ocurrió.

The Wall Street Journal no dudó en titular: China es el verdadero hombre enfermo de Asia, una nota que recibió críticas de sus propios lectores, Bloomberg presentó a China frágil en su portada del 17 de febrero y, siguiendo esos pasos, Der Spiegel tituló su portada Coronavirus made in China.

Sin embargo, el ejemplo más palmario de la desinformación oculta en ese alarmismo fue una nota de Chris Buckley para el New York Times, Losing Track of Time in the Epicenter of China’s Coronavirus (6 de febrero de 2020): “Las personas aquí (Wuhan) y en gran parte de la provincia de Hubei son objeto de un vasto experimento médico concebible solo en la China autoritaria: ¿es posible detener la propagación de un virus poniendo a decenas de millones de personas bajo una especie de detención domiciliaria, advirtiéndoles de quedarse dentro de sus hogares y bloquear su salida de ciudades, pueblos o aldeas?”.

La “detención domiciliaria” ejecutada como “experimento médico” por una “China totalitaria” era nada más y nada menos que lo que cientos de países y gobiernos han debido hacer para proteger la salud de su población. Algunos de manera temprano y otros demasiado tarde…

Como en el caso de la situación sanitaria global, llama la atención esa sobreactuación de algunos medios. Esto impone una reflexión profunda acerca de las intenciones de una campaña para “extender el pánico” —como denunció China— en un contexto mundial en el que los expertos plantean la posibilidad de un cambio radical de modelo económico, bajo la presión del cambio climático. Buen ejercicio para ciudadanos conscientes y preocupados…

Hay que entender que la campaña anti-China de EE. UU. no es solo propaganda: Washington teme los avances chinos y en especial que el modelo chino de desarrollo y eliminación de la pobreza se proyecte al mundo como una alternativa atractiva para la pospandemia.

La Administración Trump difundió la teoría conspirativa de que el nuevo coronavirus salió del Instituto de Virología de Wuhan. Esta acusación busca trasladar la responsabilidad de la pandemia al gigante asiático y abrir el cauce para fundamentar el desconocimiento de la enorme deuda que EE. UU. mantiene con China.

Hay que entender que la campaña anti-China de EE. UU. no es solo propaganda: Washington teme los avances chinos y en especial que el modelo chino de desarrollo y eliminación de la pobreza se proyecte al mundo como una alternativa atractiva para la pospandemia.

La retórica anti-China impulsada por Trump escaló de manera orquestada y veloz en los medios occidentales. Los ejemplos son múltiples: los elogios de la OMS al tratamiento chino de la COVID-19 son “la prueba” de que Beijing domina esa organización internacional y de que, por tanto, EE. UU. corta el financiamiento nada menos que en medio de la pandemia.

Cuando un medio gubernamental como Voice of America —afín a la tradicional visión estadounidense del planeta— sostiene que los esfuerzos chinos en Wuhan para contener el virus podrían servir de modelo para otras naciones, la Casa Blanca acusa a esta cadena de televisión de usar dinero de EE. UU. para transmitir la “propaganda de Beijing” y “hablar en favor de regímenes autoritarios”.

Esta agresiva propaganda contra China fue expandida de forma sistemática y consentida por grandes medios globales como forma de justificar las presiones geopolíticas que Trump y su grupo de “halcones anti-China”, como Mike Pompeo, Mike Pence y Peter Navarro, predican desde hace años.

Como escribiera Jeffrey D. Sachs en agosto, “muchos ‘cristianos evangélicos blancos’ en EE. UU. están convencidos de que Dios ha dado a su país la misión de salvar al mundo. Influida por esta mentalidad de cruzada, la política exterior de EE. UU. ha oscilado muchas veces entre la diplomacia y la guerra”.

Para el secretario de Estado Mike Pompeo, el presidente chino Xi Jinping y el Partido Comunista Chino (PCCh) tienen un “viejo deseo de hegemonía mundial”, lo que parece más cerca de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Solo EE. UU. mantiene una estrategia de defensa que pasa por consolidarse como “la principal potencia militar del mundo, con equilibrios de poder regionales favorables en el Indopacífico, Europa, Medio Oriente y el hemisferio occidental”.

Por el contrario, Chinaestablece en su plan de defensa que “conforme la globalización económica, la sociedad de la información y la diversificación cultural evolucionan en un mundo cada vez más multipolar, la paz, el desarrollo y la cooperación mutuamente ventajosa seguirán siendo la tendencia irreversible de los tiempos” y que como país “nunca seguirá el trillado camino de las grandes potencias en pos de la hegemonía”.

Los “halcones” del entorno de Trump apostaban por avanzar hacia un conflicto militar si no lograban doblegar a China, poniendo en riesgo la paz mundial. Por suerte, el pueblo estadounidense votó otra cosa y Trump se deberá marchar. Los demócratas criticarán a China, pero sin extremar los conflictos ni plantear un “redentorismo evangélico” de cuño totalitario.

A esta altura, parece necesario recordar que el desarrollo económico no es algo coyuntural. El impacto de la pandemia sobre la economía de China y del mundo será temporal y, en el caso del gigante asiático, como señala Lin Nan, es “local, limitado y controlable, y no cambiará su tendencia a la mejora a largo plazo”.

Es lo que el presidente de China aseguró en febrero a su homólogo estadounidense, Donald Trump, en una conversación mantenida entre ambos: el desarrollo económico de su país no se verá afectado a largo plazo por la pandemia de este coronavirus. Xi Jinping compara la economía de China con el mar: “Después de numerosas tormentas, el mar sigue allí”, por eso asegura que “la tendencia de desarrollo a largo plazo de la economía china no cambiará”.

El desarrollo económico no es algo coyuntural. El impacto de la pandemia sobre la economía de China y del mundo será temporal y, en el caso del gigante asiático, como señala Lin Nan, es “local, limitado y controlable, y no cambiará su tendencia a la mejora a largo plazo”.

Con ello coinciden Naciones Unidas, que aseguran que “el cambio climático es más grave que el coronavirus”, y organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que expresaron que China tiene suficientes recursos y espacio político para frenar la pandemia y aliviar a la vez las pérdidas causadas en el crecimiento económico.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) comparte ese diagnóstico. En un escenario base desarrollado en su informe Coronavirus: la economía mundial en riesgo. Perspectivas económicas provisionales de la OCDE, de marzo de 2020, plantea que el revés será temporal con: 1. Una desaceleración breve de China, donde el PIB cae por debajo del 5% en 2020 (4,8%), tras el 6,1% de 2019, pero se recupera con un 6,4% en 2021; 2. Japón, Corea, Australia, que fueron golpeados fuertemente, tendrán también una recuperación gradual, y 3. Los efectos serán menos graves en algunas otras economías, pero seguirán lastradas por la caída de la confianza y alteraciones en las cadenas de suministro.

En OCDE no dejan de advertir que cabría una hipótesis de efecto dominó con un contagio generalizado. En ese caso, la magnitud del impacto en China se extendería a las economías desarrolladas del norte, lo que afectaría de manera grave en ellas la confianza, los viajes y el gasto; el crecimiento mundial se reduciría a la mitad, con el 1,5% en 2020, y la recuperación en 2021 sería mucho más gradual.

Zhang Jun, decano de la Escuela de Economía de la Universidad de Fudan y director del Centro de Estudios Económicos de China, un think tank con sede en Shanghai, plantea en su nota The Coronavirus Will Not Cripple China’s Economy (Projet Syndicate, febrero de 2020) que “la pregunta clave es si creemos que esto durará más tiempo. Mi respuesta es no. Es muy poco probable que la pandemia de coronavirus dure mucho tiempo. A pesar de todos sus problemas, China, sin lugar a dudas, aún posee una capacidad sin precedentes para movilizar recursos en respuesta a una emergencia a gran escala”. Y destaca algo llamativamente importante en comparación con lo que hemos señalado como una conducta inexplicable —o muy explicable— del tsunami informativo occidental: “… los esfuerzos oficiales dirigidos a controlar el pánico han sido de primera clase”.

El prestigioso académico chino pone en contexto la evaluación: “Todavía es demasiado temprano para evaluar el impacto económico integral del brote de coronavirus. Sin embargo, el factor clave no será el alcance o la gravedad de la pandemia, sino su duración. De todas formas, tanto en lo empírico como en lo teórico, las pandemias solo pueden causar desaceleraciones económicas a corto plazo. Dicho esto, los shocks externos no alterarán significativamente la tendencia de crecimiento de la economía china a medio y largo plazo. Por lo tanto, una vez que pase la tempestad causada por el coronavirus, la economía se recuperará y volverá a su curso anterior”.

Las predicciones alarmistas que se produjeron ante el brote de SRAS en 2003, dirigidas a crear un clima de desconfianza sobre la economía china, chocaron contra la pared de la realidad: el brote duró muy poco y las estimaciones desconocieron regiones y sectores que siguieron produciendo. El resultado, como señala Zhang, es que “cuando se prepara un gráfico del crecimiento de China desde el año 2002 al 2007, el impacto del brote de SRAS ni siquiera es visible”.

Hoy sucede lo mismo. Si bien el alcance del brote de coronavirus supera al del SRAS, su duración sigue siendo el factor clave para evaluar el tamaño del impacto en la economía. No toda China estuvo confinada ni dejó de producir. Por otra parte, el modelo chino asentado en el comercio exterior —aunque muy relevante— ha virado en los últimos años hacia poner el foco en el enorme mercado interno y su gigantesco potencial de consumo.

Además, queda por considerar la fortaleza de las reservas chinas para garantizar una recuperación sólida a través de ayudas, subsidios y ajustes de política fiscal y monetaria para sostener la actividad de las pequeñas y medianas empresas y las empresas de servicios afectadas por la pandemia.

A finales de marzo, el China Minsheng Bank, uno de los principales bancos comerciales de China, emitió 9030 millones de dólares en préstamos para ayudar a las empresas a fortalecer el control pandémico y favorecer la reanudación del trabajo de las empresas locales.

Un ejemplo de la continuidad del trabajo y el esfuerzo chinos fue la salida del tren de contenedores número 10.000 entre China y Europa, que partió desde la estación Tuanjiecun de Chongqing, en el suroeste de China, el pasado 27 de marzo.

Entre los datos oficiales conocidos hay factores que invitan al optimismo. Por un lado, la producción industrial creció en septiembre un 6,9% interanual, un 1,2% más que el mes anterior. Por otro, la inversión en activos fijos también creció un 0,8% en estos nueve meses, revirtiendo así la caída del 0,3% que marcaba en agosto. Sus exportaciones siguen fuertes, en particular las de aquellos productos cuya demanda ha crecido durante la pandemia (equipos de protección sanitaria, bienes electrónicos, etc.), y sus importaciones también han crecido, aunque todavía presentan margen de mejora.

Un dato aún más positivo es la mejora de las ventas al por menor. Tras la incertidumbre desatada por la pandemia, los chinos, ya de por sí ahorradores, redujeron sus gastos a expensas de lo que deparara el futuro, pero con la vuelta a la normalidad, los consumidores están recuperando el placer de gastar yuanes. Así, las ventas minoristas crecieron en el tercer trimestre un 3,3% interanual, y se espera que la cifra siga subiendo en el futuro.

Precisamente, las autoridades chinas empiezan a trazar los ejes fundamentales de su próximo plan quinquenal (2021-2025), donde la creación de empleo y el aumento del consumo interno serán decisivos. Como señala Qiu Baoxing, consejero de Estado y prestigioso planificador urbano: “Necesitamos hacer de los consumidores el pilar fundamental de nuestra economía. Así mejoraremos nuestra capacidad de recuperación”.

Esty Dwek, responsable de estrategia global de Natixis IM Solutions, cree que “hay suficiente consumo doméstico en China para que se reactive. Será una recuperación en la que los primeros en entrar en la crisis sanitaria serán los primeros en salir”. Muchas consultoras señalan queel impacto económico de la COVID-19 en China podría ser menor que el previsto inicialmente. Si bien el endeudamiento total de China (deuda pública, corporativa y de los hogares) superó el 300% a finales de 2019, en otros aspectos económicos el país no está mal posicionado, con una tasa de desocupación en torno al 3,6% a finales del año pasado. Y debe recordarse que China es un país que se autofinancia, sostenido en reservas internacionales acumuladas durante décadas de constante superávit comercial, lo que le ha permitido ser el primer país del mundo en materia de reservas.

Lo que quizá no pueda esperarse es que China salga al rescate global, como lo hiciera en la crisis de 2008. Entonces fue Beijing quien se convirtió en la “locomotora económica mundial”, que aportó un gigantesco paquete de estímulos de 590.000 millones de dólares (el 13% de su PIB), mientras que EE. UU. (152.000 millones de dólares) y Japón (100.000 millones de dólares) solo pudieron inyectar cifras muy inferiores en sus mercados internos.

Es muy poco probable que la pandemia de coronavirus dure mucho tiempo. A pesar de todos sus problemas, China, sin lugar a dudas, aún posee una capacidad sin precedentes para movilizar recursos en respuesta a una emergencia
a gran escala.

Hoy la realidad es muy distinta. Por un lado, China, con su actual endeudamiento, está embarcada en una política prioritaria de reducir la expansión del crédito. Y, por otro, su apuesta actual es fortalecer y potenciar su mercado interno y lograr la autosuficiencia en sectores estratégicos. Regresar al camino de poner el acento en un fuerte impulso a las importaciones y traccionar la economía global podría chocar con los planes actuales del Gobierno chino de empleo estable, déficit fiscal controlado y proyectos previstos de infraestructura y construcción de viviendas para su población.

Aparte de los beneficios económicos derivados, desempeñar aquel papel clave en la reactivación económica global de 2008 solo parece haberle acarreado a China muchos problemas y pocos reconocimientos. La “guerra comercial” de Washington, las sanciones arancelarias, la persecución a empresas tecnológicas chinas, la inestable alianza con la Unión Europea y la tibia respuesta los líderes europeos ante el 5G bajo la presión estadounidense, sumado al triste brote de xenofobia a propósito del “virus chino” —como lo bautizó Trump—, no parecen alentar el interés de Beijing en un estímulo masivo de beneficio global.

Haciendo memoria

En este primer informe especial sobre China quizá sea oportuno hacer un pequeño espacio para la memoria histórica. La concepción cultural eurocéntrica distorsionó e ignoró el papel dominante que China jugó en la economía mundial entre 1100 y 1800. Como advirtieran relevantes historiadores económicos, como André Gunder Frank y John Hobson, hay una innumerable acumulación de datos empíricos que demuestran la superioridad económica y tecnológica de China sobre Occidente durante buena parte de los 700 años previos a su destrucción por parte del Impero británico para hacerse con el negocio del opio en el siglo XIX.

La mayoría de los historiadores económicos de Occidente han encasillado a la China histórica como un país atrasado, sometido a un “despotismo oriental” que acarreaba una sociedad estancada y regida por normas y costumbres vetustas. Esa euroversión fue propagada principalmente por los misioneros jesuitas, que consideraban al pueblo chino como inferior porque no tenía una religión, lo que se contradecía con las maravillas que testimoniaban los mercaderes que traficaban con el país, sorprendidos con sus avances. Marco Polo, el mentor de nuestra revista, era uno de ellos.

China fue la potencia tecnológica mundial entre 1100 y 1800. Sus miles de innovaciones hicieron posible el nacimiento de Occidente, que fue asimilando las invenciones chinas para alcanzar su posterior desarrollo. Un ejemplo es suficiente: el almirante Zhen He realizó siete expediciones navales casi 100 años antes de Colón, en flotas de hasta 300 naves —algunas de 150 m de largo— con 30.000 hombres, explorando toda Asia, el este de África hasta el canal de Mozambique y, según algunos historiadores, la costa de California. China demostraba su capacidad organizativa, su poder tecnológico y su vocación por el comercio internacional sin producir una sola anexión territorial y expresando la ausencia de espíritu colonialista.

China fue la potencia tecnológica mundial entre 1100 y 1800. Sus miles de innovaciones hicieron posible el nacimiento de Occidente, que fue asimilando las invenciones chinas para alcanzar su posterior desarrollo.

China no “surge” por tanto a finales del siglo XX y comienzos del XXI, sino que “resurge”, por lo que su reaparición en la escena como potencia económica mundial plantea interrogantes significativos acerca de su anterior auge y caída, así como sobre los desafíos y las amenazas que debió enfrentar y que podrían volver a asomar en un futuro inmediato.

El comienzo de un nuevo ciclo: Plan Made in China 2025

Un elemento que deberá tomarse en cuenta es que este año China concluye con las metas fijadas en su XIII plan quinquenal, que preveía, entre otros objetivos, la eliminación de la pobreza extrema, un compromiso decisivo de Xi Jinping que seguramente se cumplirá. Y comienza un nuevo ciclo.

China venía creciendo en torno al 6,5%, con una caída en 2019 al 6,1% como consecuencia de la “guerra comercial” planteada por EE. UU. Sin embargo, las metas de expansión del PBI al ritmo del 10% anual han sido modificadas en los últimos años por la llamada “nueva normalidad”. La planificación económica del Gobierno chino apuesta más por el mercado interno que por las exportaciones e inversiones externas, y busca poner un mayor énfasis en la innovación y el desarrollo tecnológico.

La propuesta del Plan Made in China 2025 tiene dos objetivos centrales para el desarrollo y el liderazgo del país a nivel internacional: incentivar la innovación local y la autosuficiencia en sectores estratégicos.

La nueva estrategia está contenida en el Plan Made in China 2025, con el cual el Gobierno chino se ha propuesto impulsar y reestructurar su industria, de manera que se pase de una era de cantidad a una nueva era de calidad y eficiencia en la producción. Con este plan, China pretende ser líder en tecnología a escala internacional, por delante de potencias como Alemania, EE. UU. o Japón. Además, a través de la modernización de su estructura productiva, China busca revertir los efectos de la desaceleración económica a medio plazo. Este plan fue elaborado por el Ministerio de Industria y Tecnología de la Información y tiene objetivos que abarcan no solo la meta de 2025, sino la fecha emblemática de 2049, año en que se cumplirá el centenario de la fundación de la República Popular China.

En este contexto es donde el presidente chino señala que la economía es como el mar, el cual sigue allí cuando las tormentas pasan. El Plan Made in China 2025 plantea nueve tareas estratégicas y diez sectores prioritarios. Vale la pena repasarlos.

Las nueve tareas estratégicas son: 1. Alentar la innovación; 2. Promover el uso de manufacturas integradas, digitales y centradas en alta tecnología; 3. Fortalecer la base industrial general; 4. Mejorar la calidad de los productos y crear marcas globales chinas; 5. Enfocar los esfuerzos en la aplicación de métodos de fabricación ecológicos; 6. Reestructurar las industrias para mejorar la eficiencia y la producción; 7. Mejorar las industrias de servicios de manufactura y fabricación orientadas a los servicios; 8. Globalizar las industrias manufactureras chinas, y 9. Realizar innovaciones tecnológicas en diez sectores considerados prioritarios y de alto valor agregado.

Por otra parte, los diez sectores designados como prioritarios son: 1. Equipo marino avanzado y buques de alta tecnología; 2. Trenes y equipos avanzados; 3. Maquinaria agrícola y tecnología; 4. Equipo de aviación y aeroespacial; 5. Productos biofarmacéuticos y equipo médico de alta gama; 6. Circuitos integrados y nuevas tecnologías de la información; 7. Equipo electrónico de alta gama; 8. Maquinaria de control de fabricación de alta gama y robótica; 9. Vehículos de energías nuevas, y 10. Materiales nuevos y avanzados.

La propuesta del Plan Made in China 2025 parece tener dos objetivos centrales para el desarrollo y el liderazgo del país a nivel internacional: incentivar la innovación local y la autosuficienciaen sectores estratégicos. El primero dirigido a una sustitución gradual de tecnología extranjera en la industria nacional (por ejemplo, para 2025, el 40% de los procesadores para teléfonos inteligentes en el mercado chino tendrán que ser producidos por firmas locales, así como el 70% de los robots industriales y el 80% del equipo destinado a la generación de energías renovables) y el segundo a una presencia decisiva de tecnología china a nivel global.

La propuesta incluye para 2025 el desarrollo de 40 centros de innovación para la integración de tecnologías de la información en la manufactura y la construcción de 1000 fábricas verdes con mejores prácticas de emisiones, además de favorecer la reducción de importaciones a no más del 20% de los insumos en 2025 (autosuficiencia) y promover la I+D propia en materia de vehículos de nuevas energías, equipos médicos y aeronaves.

Es indudable que China ha puesto en el centro de su desarrollo económico futuro la economía del conocimiento que genere alto valor agregado y alta competitividad. Y siguiendo su modelo de “socialismo de mercado”, pone al Estado como motor de la generación de ecosistemas de innovación, que busca la autosuficiencia en materia de nuevas tecnologías y tiene en cuenta su decisiva importancia estratégica. Lo hace a través de la planificación y el financiamiento del Plan Made in China 2025 con la creación de diversos clústeres de innovación regionales en áreas complementarias de la nueva economía: internet de las cosas, ciudades inteligentes, fintech, inteligencia artificial, movilidad autónoma, big data, entre otras.

Para esos objetivos, China ha establecido unos fondos extraordinarios del Gobierno central que muestran el calado de la decisión estratégica del Plan Made in China 2025: para el Fondo de Manufactura Avanzada, el equivalente a unos 2700 millones de euros, y para el Fondo Nacional de Circuitos Integrados, unos 19.000 millones de euros. Para advertir la dimensión de ese fondeo basta con compararlo con los 200 millones de euros destinados por el Gobierno alemán para su programa Industria 4.0.

La fase inicial del Plan Made in China 2025 (2015-2020) ha provocado todo tipo de resistencias en los países altamente desarrollados. En primer lugar, porque la adquisición acelerada de tecnología punta por parte de China ha supuesto la compra o fusión de empresas, así como la inversión en empresas extranjeras, principalmente en Europa y Estados Unidos.

El acceso tanto de empresas paraestatales como de empresas privadas chinas a soluciones tecnológicas avanzadas tiene como objetivo acelerar los tiempos y producir un salto en el conocimiento. El temor manifestado de algunos analistas occidentales es que China —sostienen— podría obtener el control sobre un importante número de cadenas de suministro globales y redes de producción.

En buena medida, ese temor es el fundamento de la creciente presión que la Casa Blanca ha ejercido para evitar posibles adquisiciones de empresas estadounidenses dedicadas a la producción de microprocesadores o equipos de infraestructura de redes por capital de origen chino. La posición contradice la declamada libertad de mercado y muestra la expansión de un nacionalismo visceral de Washington que, ante la alternativa de competir, elige el camino del proteccionismo bajo el pretexto de la seguridad nacional. Casos como Huawei, ZTE, Hikvision, SenseTime, Dahua Tech o Megvii son un reflejo de esa postura proteccionista.

Otro de los motivos de tensión es el visible apoyo que el Gobierno chino brinda a sus grandes conglomerados tecnológicos para que alcancen una presencia importante como proveedores de bienes y servicios a nivel global.

Desde finales de la década pasada, Beijing ha impulsado la internacionalización de sus empresas, con una ingente provisión de recursos financieros que ha permitido que las empresas de tecnología chinas tuvieran un crecimiento exponencial y que grandes empresas de otros sectores, como la construcción, multiplicaran sus oportunidades a través de la “nueva” Ruta de la Seda.

El conflicto que desata el Plan Made in China 2025 enfrenta dos posiciones que parecen irreconciliables en torno al proteccionismo. Por un lado, las potencias occidentales —en especial EE. UU.— buscan un mayor acceso al mercado chino como proveedores de productos y servicios en industrias consideradas estratégicas y prioritarias por China, pero protegiendo la transferencia de tecnología de sus empresas hacia los socios locales de ese país. Y, por otro, China reclama la legitimidad de determinadas políticas de protección para sus empresas para alcanzar metas de desarrollo, medidas que han sido y son herramientas que Occidente ha usado de manera intensa con anterioridad.

De hecho, la Administración Trump anunció en los últimos dos años una serie de barreras arancelarias proteccionistas sobre productos e inversiones de origen chino en empresas relacionadas con sectores estipulados en el Plan Made in China 2025 bajo argumentos de seguridad nacional, reciprocidad comercial, etc.

El comercio global en cuestión

La situación de emergencia generada por la pandemia de este coronavirus no es el único grave desafío que enfrenta el comercio global. Sin duda, dependerá del tiempo que se prolongue el confinamiento de buena parte de la población mundial y del pico de virulencia del brote para cuantificar el daño provocado sobre el intercambio internacional de bienes y servicios.

Asimismo, habrá que estar atentos a los efectos de la ralentización que ya venía provocando en algunos sectores la llamada “guerra comercial” que Estados Unidos lanzó en el marco de su declinación manifiesta. Medios relevantes de la vida política china como el Global Times calificaba de “impulso delirante” el desacoplamiento comercial entre EE. UU, y China, y advertía que podía costar muchas vidas en medio de una pandemia global.

A finales de marzo, el importante diario chino dedicado a temas internacionales resaltaba que la brecha de suministro causada por los cierres de fábricas han sacado a la luz la grave escasez de equipos médicos que enfrenta EE. UU.: “Según una encuesta de 213 alcaldes municipales, el 91,5% de las ciudades de EE. UU. tenían escasez de máscaras faciales para personal de primeros auxilios y personal médico, el 88,2% no tenía suficiente equipo de protección personal aparte de las máscaras faciales y el 85% no tenía un suministro suficiente de ventiladores”.

El propio presidente Trump lo reconoció de manera implícita cuando forzó a Ford, General Motors, General Electric y otras grandes empresas, bajo la Ley de Producción de Defensa, a fabricar 50.000 equipos de ventilación para los afectados por la COVID-19 a partir de abril ante el reclamo desesperado de los gobernadores.

Como las naciones de la Unión Europea cerraron sus puertas a la exportación de productos médicos críticos durante la pandemia, eso dejó a China como el único país con capacidad de fabricación para atender la urgente demanda estadounidense, algo que la Casa Blanca no pudo tolerar. Es el fruto obtenido por “el persistente impulso para un desacoplamiento entre EE. UU. y China”, espoleado por el clima antichino que inundaba el despacho oval. 

Extremar el desacoplamiento actual puede tener un gran costo. Debe recordarse que alrededor del 80% de los ingredientes farmacéuticos activos utilizados en los medicamentos estadounidenses son suministrados por China e India, que también proporcionan el 90% de los medicamentos genéricos a los estadounidenses. En la lucha mundial contra la pandemia, si Washington elige continuar aislándose de los suministros médicos chinos, perderá más tiempo y más vidas para combatir el virus, que en el momento del fracaso electoral de Trump totalizaba casi 10 millones de contagiados y 238.000 muertos, una pesada herencia que deberá de gestionar el nuevo presidente Joe Biden.

Sin embargo, la realidad es que los EE. UU. “no solo dependen de China para obtener suministros médicos, sino que también dependen de China para los productos diarios. Según la información de la Federación Nacional de Minoristas de EE. UU., más del 41% de la ropa, el 72% de los zapatos y el 84% de los artículos de viaje se fabricaron en China en 2018. En 2019, computadoras, teléfonos celulares, ropa y calzado encabezaban las mayores importaciones estadounidenses desde China”.

Según la Federación Nacional de Minoristas de EE. UU., más del 41% de la ropa, el 72% de los zapatos y el 84% de los artículos de viaje se fabricaron en China en 2018. En 2019, computadoras, teléfonos celulares, ropa y calzado encabezaban las mayores importaciones estadounidenses desde China”

Con economías tan significativas como la europea o la estadounidense, ahora paralizadas por el coronavirus, uno de los principales problemas que afronta China es la reducción en la demanda externa, que está forzando a industrias, como la automotriz, a operar muy por debajo de su capacidad. Un sector que, en estas circunstancias, el mercado interno no puede compensar.

Otro de los problemas a los que China y el resto de la economía mundial se enfrentan son las interrupciones en las cadenas de suministro, locales e internacionales. En el sur manufacturero del país, casi un tercio de las empresas tiene algún nivel de escasez de suministros, algo que se acrecienta a medida de la expansión global del virus y que frena la eficiencia del funcionamiento de la cadena industrial.

Algunos analistas chinos señalan que los intentos de provocar que la economía china tenga un violento retroceso están destinados al fracaso y resultarán contraproducentes, ya que las principales corporaciones económicas sufrirían con una cadena industrial global estancada en la que China juega un papel importante. China se ubica como el mayor comerciante de bienes del mundo, pues contribuye con casi el 30% a la economía global.

En medio de la tragedia de la COVID-19, Wilbur Ross, secretario de Comercio de EE. UU., consideró —en un comentario repudiable— que el coronavirus era una oportunidad estadounidense, ya que el virus ayudaría a acelerar el regreso de los empleos a su país. Según escribió Song Guoyu, subdirector del Centro de Estudios Americanos de la Universidad de Fudan, “los comentarios de Ross muestran el egoísmo, la ignorancia y la frialdad que dominan su pensamiento y el abandono de toda etiqueta diplomática. Ross está utilizando la epidemia de salud pública, que un país de 1400 millones de personas está enfrentando, como una oportunidad para realizar los intereses corporativos estadounidenses”.

Ante la historia

La actual situación del mundo, enfrentado a un desafío simultáneo de pandemia y crisis económica global, quizá nos pueda servir para darnos cuenta de que estamos en un cruce de caminos de la historia de la humanidad. En la era de la globalización, los seres humanos estamos estrechamente relacionados y compartimos un destino común. La COVID-19 nos ha mostrado que solo la solidaridad y la colaboración conjunta aseguran nuestra supervivencia. Los intereses particulares de algunos ponen en riesgo el destino de todos y no pueden sobreponerse al interés común. Esta ha sido una lección. La otra es que el mercado —una energía social extraordinaria—, ante las emergencias de vida, se muestra absolutamente insuficiente y hasta inconveniente para proteger los intereses de todos. Los intereses comunes requieren de planificación, regulaciones y controles que no puede hacer y que son la razón misma de los Estados. La política y los políticos que operan como empleados del mercado solo han agravado los problemas sanitarios, económicos y sociales de la población. Una tercera lección es que la economía global también es un campo donde debe primar la solidaridad y la colaboración. En un mundo tan profundamente interrelacionado, la competencia legítima debe articularse con una cooperación cada vez más estrecha. Los cantos de sirena del retroceso nacionalista no aseguran nuestra supervivencia. Aseguran la tragedia.

En la era de la globalización, los seres humanos estamos estrechamente relacionados y compartimos un destino común. La COVID-19 nos ha mostrado que solo la solidaridad y la colaboración aseguran nuestra supervivencia.

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